26 de septiembre de 2011

Subir las escaleras de dos en dos


Perdonad el tiempo de silencio. Prometo retomar el buen habito de escribir aqui. Hoy el día merece la ocasión.
Hace tres años, un día como hoy, 26 de septiembre, me desperté con el siguiente titular de prensa: “Hollywood pierde sus ojos más azules”. No necesitaba seguir leyendo el artículo para saber de quién hablaban. Paul Newman, una de las personas que más admiro, había fallecido.
Esta mañana oí a un tertuliano de una radio que recordaba una anécdota de José Luis Garci en la noche que recibió el Oscar en Los Ángeles. Cuenta Garci que en medio de la ceremonia se levantó para ir al baño y cuando entró había un hombre vestido con un elegante smoking negro refrescándose la cara. Cuando él terminó, se acercó al lavabo y en ese momento el hombre se incorporó retirando la toalla con la que se estaba secando la cara. Miró a Garci a los ojos y le sonrió dándole las buenas noches. Garci volvió aturdido a su asiento y le dijo a su compañero: “Me acabo de cruzar en el lavabo con Paul Newman, no he visto ojos más bonitos en mi toda vida.”
            Muchos tienen en su memoria las películas de este consagrado actor de sublimes ojos azules. Pero en mi caso sus actuaciones marcaron de forma especial mi adolescencia. Un día me encontré, creo que no había cumplido los catorce, a Paul interpretar a un apache en la película “Hombre” de Martin Ritt. Recuerdo que lloré viendo el final de aquel western de chicos duros. Fue el comienzo de un ansia tremendo por ver las pelis de Paul Newman. No me perdía ni una reposición en la tele. En aquellos días aún no existía el video.
            ¿Quien no recuerda la mítica “Dos Hombres y un Destino”? Newman y Redford a las órdenes de George Roy Hill, ¡qué maravilla! . Tengo diálogos enteros en mi memoria y creo que es la película después de Ben Hur que más he visto y que no me canso de ver. Recuerdo la primera vez que vi la película, que pensé para mí; ¿cómo es posible que la chica se quede con Robert Redford después de montar en bici con Paul y pasar aquella inolvidable mañana junto a los ojos azules mas increíbles del cine, oyendo esa canción de las “gotas de agua que caen sobre mi cabeza”? Así es la vida, pensé en mi ingenua adolescencia. No basta con ser un tío guapo, ni siquiera con ser un tío genial y divertido como el personaje de Butch Cassidy, las mujeres siempre te van a sorprender, y es posible que elijan a Redford (por cierto, otro enorme galán de la gran pantalla). Pero en mi adolescencia aquello me ayudó a superar mis primeros amores no correspondidos. Si pueden rechazar a Paul Newman no me van rechazar a mí…
Luego llegó “El Golpe”, de nuevo Paul y Robert juntos. No sé cuantas veces he visto la película aun sabiendo de sobras el final. Otro día repusieron “La gata sobre el tejado de cinc”. Por favor, no se puede actuar mejor. Aquel Brick rechazando a su Liz y reconciliándose con su enfermo padre.
Así fueron pasando los años de mi adolescencia y terminé viendo gran parte de la filmografía de Paul Newman, hasta que un día descubrí que los gestos y movimientos de Paul Newman se colaban en mis actitudes. Me atrapé subiendo las escaleras de dos en dos, como sólo él las sabe subir. Fue la señal para mí para reconocer que era necesario dar el paso de la adolescencia a la madurez. No bastaba con subir la escaleras como Paul lo hacía. Debía de subirlas como sólo yo podía hacerlo. Y empecé a recordar personajes del mítico actor. “La leyenda del Indomable”, el personaje jamás se rindió. El Apache jamás dejó de luchar, Butch Cassady jamás dejó de soñar, y Brick jamás dejó de amar a los suyos. 
Con los años de madurez fui descubriendo al Paul Newman de la vida real. Un hombre que usó su fama y su dinero con verdadero compromiso social. Un hombre que sobrevivió la desgracia de perder un hijo por droga y alcohol. Y un hombre que supo mantenerse casado por más de cincuenta años. Todo un ejemplo más allá de sus personajes.
            Un día como hoy Paul Newman desapareció de entre los vivos y sólo pido que comprendiera a tiempo el origen de todo lo bueno, y que pudiera clamar al Único que puede abrir las puertas a la eternidad. Si me lo encuentro allí, seguro que echaremos unas risas cuando le cuente cómo le imitaba subiendo las escaleras de dos en dos.


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